Un homme qui crie, Chad 2010


Verdadero ejemplo del cine invisible, esta producción ha conseguido que las autoridades del país constituyan un fondo para la creación cinematográfica y un centro de formación audiovisual para jóvenes, gracias a su selección oficial en el Festival de Cannes 2010. 

Mahamet-Saleh Haroun, su director, realiza con éste su quinto film y obtiene un reconocimiento a nivel internacional, del más que invisible cine africano, al llevarse el Premio del Jurado en el citado Festival.

Un homme qui crie no es una película sobre la guerra sino sobre las personas que la sufren. El conflicto entre los rebeldes y el gobierno se presiente por el continuo circular de aviones, los cascos azules que se pasean por los escasos lugares turísticos y sobre todo por la mirada de sus habitantes.

El protagonista de nombre bíblico, Adam, es el responsable de la piscina, ayudado por su hijo, de un hotel internacional, recientemente adquirido por inversores chinos y perpetuamente al borde del cierre por la guerra o la reducción de personal por la falta de turistas. Adam es un antiguo campeón de natación del país y su trabajo le aporta el respeto y la dignidad suficientes para sobrevivir en medio del caos. 

Pero se produce lo inevitable y la dirección del hotel decide que dos personas son demasiadas para ocuparse de la piscina y le sustituyen por su hijo, enviándole a la portería. Por si fuese poco la situación de guerra civil exige que financie o que envíe a su hijo al frente.  

La película, de evidentes connotaciones bíblicas, plantea la transmisión de los valores familiares, la autoridad del padre y las rupturas familiares. Desde la calma del agua de la piscina a las calles irregulares y llenas de baches. Los movimientos de población que huye de la pobreza y de la guerra hacia, quizás, un destino aún peor (Camerún es el país más cercano). La decisión de sacrificar o no a un hijo, como Abraham, para conservar la dignidad.

Un homme qui crie es un valiente Premio del Jurado de Cannes 2010. La narración se desliza lentamente, en una primera parte, a través de los ritos y placeres familiares (como cuando Adam comparte una sandía con su esposa) y se va adentrando en el terreno del conflicto familiar, espejo de la crisis que atraviesa el país. Sin desvelar si habrá o no sacrificio, sólo el hecho de habérselo planteado transformará al protagonista en otro hombre.

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